martes, 3 de enero de 2012

La mirada de los demás

Por la mañana el universo de su cocina comenzaba a resultarme propio, podía guardar las tazas, las cucharas, los platos y la cafetera sin necesidad de abrir puertas ni cajones en falso.
La escuché taconear en la habitación, era señal de retirada. Tomé el saco del respaldo de una silla dejándolo marcado con los dedos todavía húmedos de lavar.
Avanzando por el pasillo, su taconear se oía más inquieto y gracioso, al asomarme por la puerta pude verla subida a sus botines de cuero azul totalmente desnuda frente al espejo poniéndose crema hidratante con aroma a chocolate. Era una diosa masajeándose. Caí rendido a su pies. Abracé sus piernas, besé su sexo. Olía maravillosamente bien.

- En un ratito estoy – me dijo acariciándome la cabeza como a un niño.

Desde mi posición puede verla asomar el rostro entre los pechos para sonreírme. La sujeté fuerte por la cintura y la recorrí, una mano por delante y otra por detrás. Escalándola. Cuando llegué al cuello me di cuenta que dos lagrimas rodaban por mi nariz.

- Sos hermosa...-

- ¡No mientas! Eso lo decís porque me querés-

- También-

La llevé primero a su trabajo, antes de bajar del auto estuvimos nuestros minutos besándonos la despedida. Cerró con más fuerza que la necesaria,la vi caminar por enfrente del capot y luego cruzar la calle.
Al lado de ortopedia en la que Claudia trabaja hay una obra en construcción, doce obreros la vieron entrar, para mi sorpresa, ninguno le gritó nada.
Llegué a la oficina temprano, me saqué un capuchino de la máquina y me senté a trabajar. A los minutos, metida en su característica minifalda negra llegó Cecilia, que trabaja conmigo en el mismo departamento de la aseguradora y es la fantasía imposible de todos los hombres y alguna que otra mujer de la compañía.
Desde que me nombraron gerente juega a seducirme y nuestra rutina diaria se ha minado de dobles y hasta triples sentidos.
Se sentó frente a mi, mostrándome toda la bombacha en un movimiento muy poco casual. Sentí que su mirada me quemaba y tuve que volver la vista a mi escritorio.
Ahí me encontré con la foto de Claudia. No se por qué elegí esa, la verdad es que sale muy poco favorecida tiene los ojos y la cara hinchada después de haber hecho el amor todo ese fin de semana en Colonia, el pelo despeinado hecho un quilombo.
Al mediodía Gonza me pasó a buscar y fuimos con los otros gerentes a almorzar al gallego de la esquina. Cuando estaban llegando las pastas recibí un mensaje de Claudia y todos empezaron a burlarse.

- ¡¿ Y ya estas fichando?! –

-¡ Qué pollerudo!-

- Muchachos, me parece que tenemos casorio este año –

- Hola lindo ¿ como estas? Te extraño- Me jodió, hacía menos de cuatro horas que no nos veíamos y volvía a invadirme

- Estoyenunareunión- Le escribí rápido, sin ganas y todo junto.

Por la noche tuve que pasarla a buscar, su hermana quería conocerme y quedamos en una cantina por Vicente López.
La esperé más de veinte minutos en el auto, cuando salió, estaba muy poco arreglada, no se había pintado y estaba ojerosa.

- Me hicieron una multa por esperar en doble fila – Le mentí indignado para achacarle algo.

- Hubieras estacionado. Yo te dije que subas. No me siento bien, me duelen los ovarios, seguro que entre hoy y mañana me viene-

La cantina quedaba cruzando el mundo llegamos sobre la hora.
Su hermana era igual que ella, solo que deteriorada por el paso del tiempo.
Me dije – Vas a estar así dentro de cinco años -.
La moza que nos atendió era una veinte añera y parecía coquetear conmigo.
Las hermanas parloteaban y apenas me dejaban introducir un comentario, la comida había estado bien y cuando vi que la moza salía a fumar yo salí detrás de ella con mi cigarrillo en mano.
Tenía buena charla, estudiaba teatro y algo en Filosofía y Letras.
Cuando los cigarrillos se terminaron entramos, ella delante y yo detrás era una mariposita entre las mesas.
Vi la espalda de Claudia, y me pareció más ancha de lo normal, no como gorda, pero si gruesa.
De camino a su casa discutimos, de cualquier cosa, a decir vedad yo no quería quedarme a dormir otra vez en su casa, y estaba inventando una excusa para no hacerlo y pelear era lo mejor.
Pese a su próxima menstruación en una actitud conciliadora me invito a seguir hablando un rato arriba para no dejar las cosas mal. Acepté, pero sabía que subía con una molotov de excusas para tirar en cualquier momento y salir huyendo por la escalera de emergencias.
Llamó al ascensor y nos vi parados uno al lado del otro frente al espejo del palier.
Era inquietantemente hermosa y yo a su lado parecía una tortuga gorda, de unos doscientos años, una tortuga enana, calva, bizca y picuda con una joroba-caparazón que me abarcaba todo.
Ella ya no sonreía.

2 comentarios:

javier dijo...

genial

Jes dijo...

Muy bueno