martes, 22 de mayo de 2012

Elizabeth

 - Está bien. Llevalo, pero tené mucho cuidado- me dijo mi padre buscando los documentos del auto en su billetera.

Tenía ganas de abrazarlo, de dar saltos, de arrodillarme a sus pies a festejar, sin embargo esperé serenamente a que me diera todo, dejé que me pichara con sus indicaciones, algunas humillantes como: prendé las luces, no dejes las luces prendidas cuando bajes, fijate en dónde lo dejas estacionado que no te lo lleve la grúa.
Pero yo estaba feliz no solo porque era la primera vez que me prestaban el auto de noche sino porque lo había pedido para salir con Elizabeth Plotnik.
Elizabeth era fresca, bella, judía e inteligente, pero sobre todas las cosas algo con lo que potenciaba todo lo de más: tenía los pechos más grandes que había visto en mi vida.
Me había llevado cinco mes hacerme su amigo y casi dos cuatrimestres para que aceptara salir a cenar solos, lejos de cualquier excusa facultativa.
Me vestí y perfumé como el evento lo ameritaba y estaba tan ansioso por verla que llegué a su casa media hora antes y tuve que estar dando vueltas por su barrio hasta que se hiciera la hora pautada.
Le toqué el timbre en punto, pero ella demoró unos veinte minutos en bajar, estaba un poco seria, bellísima, enfundada en un vestido corto rayado.
Cuando se sentó en el asiento del acompañante y se colocó el cinturón de seguridad tuve la impresión de que los botones superiores del vestido iban reventar y sacarme un ojo. Le hice un comentario gracioso sobre un profesor de Sociedad y Estado, su risa resonó. A partir de allí la charla fluyó hasta el restaurant.
Estacioné casi en la esquina mitad en cordón amarillo mitad no. La cuadra estaba repleta y no quería hacerla caminar, había llovido durante todo el día y si bien ya no, mi sexto sentido me decía que al salir volvería a llover, un trapito me hizo señas de que todo estaba bien, le di diez pesos y me dijo que se quedaba toda la noche.
Entramos tranquilos, tanto que hasta  me animé a poner mi mano en su hombro.
Mientras Elizabeth iba al baño después de terminar la cena, posiblemente a cagar por el tiempo que se tardó, aproveché para pedir la cuenta y de una manera galante sorprenderla a su vuelta. Ella había elegido el lugar y había sido una pésima elección, caro y malo.

-       ¡Bien el lugar! – Le dije mientras volvía a sentarse.

Me di cuenta de inmediato que los dos botones superiores del vestido no habían podido soportar más la presión ofrecida por sus pechos y habían desparecido.
Con su mano en mi brazo me contó muy tentada sobre un graffiti que había leído en el baño. Yo no quise ser menos y tomándola también del brazo y le empecé a contar  uno de esos chites clásicos de ¡mamá mamá!. Ella me miraba riéndose antes de que yo arrancase, presuponiendo que iba a ser mucho más gracioso que el de ella y de hecho el de ella no era nada comparado con lo que yo iba a contarle .

-       ¡Mamá mamá! ¿por que festejamos la Navidad en Agosto?- Sus ojos ya lagrimeaban de la risa, la respiración le inflaba el pecho. Desbordaba.
-       Porque con el cáncer de mierda que tenés no llegamos ni a octubre- Yo no podía parar de reír

-       Mi abuela murió de cáncer a principios de año - Su cara se había transformado y lo que unos segundos antes era una fiesta se volvió un silencio incómodo.
La sangre comenzó a correr por mis mejillas. No tenía manera de pedir perdón.
Salimos del Restaurant y ni notó que había pagado la cuenta. A lo poco de andar empecé a desesperarme porque no veía el auto, una camioneta ganaba la esquina en la que lo había dejado, del trapito ni noticias aceleré el paso hasta la esquina y detrás de la 4x4 estaba asomado tímido el Peugeot de mi viejo.  Elizabeth empezó a reír.

-       ¡ Te pusiste blanco!. Los dos reímos, me abrazó fuerte pude sentirla sobre mi, me besó entre la mandíbula y el cuello.

Encaré para el río haciéndome el que buscaba un bar por esa zona oscura donde van las parejitas a besarse y a tener sexo. Apagué las luces para no molestar a los demás y noté que los autos estaban muy pegados a los bordes de la vereda.
Me dije: ¡ Qué tontos son todos! Nadie va por el medio a la parte más linda donde se ve el río.- Pero como ya dije había llovido durante todo el día y el camino de tierra se había vuelto un pantano, cosa que no pude apreciar con las luces apagadas.
No deslizamos un poco de lado antes de detenernos. Mientras más aceleraba más nos enterrábamos.
En todo momento  yo quería transmitirle seguridad, sin perder de vista sus piernas, pero estaba muy preocupado.
Cuando me bajé para contemplar la situación me hundí hasta casi las rodillas, al dar el primer paso perdí una zapatilla. Contemplé el auto desde atrás y no podía creerlo. Las ruedas traseras ni se veían. El barro llegaba al paragolpes.

-       ¿Y está muy mal?- pregunto asomándose por la ventana.

-       Masomenos – Mi noche se había hundido con el auto. Al intentar volver a asiento
me patiné dos veces cayendo de espalda sobre el barro. Una luna deforme se asomaba por el escote de dos nueves negras. Empezaba a llover.


martes, 15 de mayo de 2012

La llamada

Lloraba en el teléfono su interminable tanguito de los sueños rotos y la desdicha simbiotica.. Desde hacía seis meses estaba metida en una relación a mis espaldas y yo como el cornudo de la fiesta que sin poder responder nada, escuchaba los detalles de sus excusas: Vos no sabés lo dificil que es para mi, que esto es más dificil para mi que para vos, que no te imaginás lo feo que es estar desnuda abrazada a él y ver tu cara en la oscuridad increpándome. De pronto oigo a través del tubo como él entraba a la casa, le daba un beso, le preguntaba algo. Tengo que irme me dijo, lo siento. Me imagino, fue lo único que alcance a decirle antes que me corte. El odio se me sumo a las ganas de mear, había tomado mucho mate corrigiendo unas pruebas y medieron ganas de mearles el colchon, mearlos a los dos mientras dormian yo todavia tengo las llaves de su casa pensé. Por suerte el viaje era largo así que me metí al baño a buscar en los azulejos mas altos alguna respuesta mientras me vaciaba.