martes, 17 de abril de 2012

MEDIAS


Faltaba uno, después de contarnos nos dimos cuenta que nos faltaba uno.
Era otro verano familiar en la misma playa en que nuestros padres se habían conocido, a la que habían ido juntos cuatro años de novios, la misma en la que habían pasado su luna de miel y diecinueve vacaciones de casados, la misma sospecho, en la que concibieron a mi hermano mayor Javier, que en aquel momento había ido a buscar a ese que nos andaba faltando.
Hasta ahí, la tarde había sucedido con total normalidad. Carpa por carpa, sombrilla por sombrilla mi hermano había recolectado a los jugadores. Maridos, padres, hijos, novios, a veces con el visto bueno de sus familiares y otras no.

- ¡ cuando vengas todo lastimado vamos a ver! –

- Anoche te quejabas de la pierna ¿vas a ir a jugar al Futbol?-

Siempre el mismo ritual todos los días que duraba el verano.
Los equipos se iban renovando con la incorporación y la partida de turistas. La confección de los mismos no esquivaba el azar considerando que en su mayoría era gente que nunca se había visto y se elegía por la cara o por algún atributo o falta de atributo físico.
Es así como surgían los apodos en la cancha: Colo, Visera, Melena, Rulos, Pelado, Flaquito, Rojo, Verde o Negro según fueran los colores de sus mallas.
Debo reconocer que mi hermano tenía un don especial para separar a los buenos de los malos jugadores y siempre elegía para nuestro equipo a los malos.
Sin saberlo ellos eran reclutados para redimir su condición de pataduras en un fútbol playero a las cinco de la tarde en una playita del culo del mundo. Javier era generoso y bravo en su juego casi nunca perdíamos.
Esa vez nos faltaba uno para ser pares, éramos quince y mientras algunos se pasaban la pelota que mis padres me habían regalado para mis dieciséis y otros estiraban o hacían qué, mi hermano iba sin éxito mendigando por toda la playa ese jugador para nuestro equipo.
Yo era el único que lo miraba cuando alzo los brazos: la búsqueda había concluido. Avisé a resto y volví la cabeza. Detrás de una sombrilla de tela verde y roja emergió Él, un hombre de cuarenta y pico, morocho de frente prominente y cubanas. Llevaba puesta una musculosa blanca de camiseta, mató la lata de cerveza de un trago apasionado y salió trotando detrás de mi hermano, la panza como un globo se batía a cada paso.
Cuando estuvo a menor distancia pude ver que sus piernas eran peludas y llevaba medias blancas de caña alta. Los que estaban a mi lado se sonrieron.
No le pasaron la pelota ni para que viera como estaba de dura o de inflada.

-Che, Medias, vos jugas abajo con el pibe- dijo uno, el pibe era yo.

Nos saludamos con la cabeza y no hubo tiempo para más, el partido arrancó complicado, sobre todo para mi. Al verme más chico todos los rivales atacaban por mi lado y me hicieron correr mucho en muy poco tiempo.
Medias acompañaba caminando por el fondo, esperando entrar en acción, pero la pelota nunca le llegaba.
Mi hermano se desvivió por sacar adelante al equipo, pero nuestros compañeros era especialmente malos, se perdían goles imperdibles. Uno de malla verde se había pateado, el mismo, su pie de apoyo al intentar mandar un corner rápido para sorprender al otro equipo.
También teníamos al Colo que le pegaba con las dos piernas, horrible con ambas.
Después estaba el gordito de espalda peluda que después de un pique de cinco metros se acalambró y debido a esto unilateralmente decidió irse de la cancha dejándonos otra vez con uno menos, pese al pedido de mi todos de que por lo menos se quedara al arco.
Aún así mi hermano y yo manteníamos el juego empatado en dos.
Cuando el partido iba decantando su parte final, después de varios despejes y rebotes Medias se encontró por primera vez con la pelota, solo, cerca de nuestro arco. Un rival se le fue encima antes que él pudiera controlarla, pero lejos de perderla, Medias sutilmente se la pasó entre las piernas, el otro se hundió en el suelo levantando arena blanda a su paso. Avanzó un poco dominado la pelota que serpenteaba por las huellas de la cancha, otro se le tiró a los pies, pero Medias lo sorteo con un sombrerito. El Colo se la pedía por la punta levantando y sacudiendo los brazos con un gesto de estoy solo, estoy solo, la pelota había caído en un huella profunda cuando otro rival se le fue encima pegándole una patada a mitad de la media derecha mientras él, con la izquierda se la ponía en la cabeza al Colo que definió blandamente a las manos del arquero.
Medias, no era de los que se quejan de los fules o inventaba manos, se levanto aceptó las disculpas del rival y volvió a mi lado en la defensa rengueando. La arena pegada al sudor de su cara parecía un maquillaje de carnaval y brillaba con el sol de la tarde.
Con la pelota dominada en la mitad de la cancha uno del otro equipo dijo:

- Gol gana- y todos aceptamos.

Javier robó la pelota y salió atropellando a todos hasta quedar mano a mano con el arquero quién con un esfuerzo sobrehumano logró sacar el remate que se le metía por abajo. La arena amortiguó la volada. Sonaron aplausos.
Javier mismo fue a patear el corner. La pelota paso alta por sobre la cabeza de todos los que esperábamos en el área y alta pero no tanto para Medias que venía desbordando solo por detrás.
Todos vimos como su panza de globo se estiraba en el aire para llegar al balón con una tijera perfecta poniendo la pelota que mis papás me habían regalado para mis dieciséis contra la ojota que hacía de palo. le costó levantarse, pero todos fuimos a saludarlo. El partido había terminado.
Cuando fuimos al agua le sangraban los pies, me dijo que era dentista y que se le había muerto un hijo.
Javier me gritó para que fuéramos detrás de las olas más grandes, cuando una me revolcó hasta por la orilla vi a mi hermano salir del agua, la cara llena de gotas, el pelo aplastado hacia atrás, su malla pegada a las piernas chorrenado, Medias yo no estaba ahí.