martes, 14 de febrero de 2012

EL COLADO I


I

Cuando mis pocos amigos de toda la vida empezaron a casarse y sus mujeres a traer hijos al mundo me quedé totalmente solo; ni un llamado, ni una visita ni siquiera un abrazo a la distancia desde un mensaje de texto.
Empecé entonces a deambular en las noches de Rosario tratando de conocer lugares nuevos, probar comidas distintas, ver teatro y cine actual, cosas que me hicieran mejor persona, con el único fin de conocer alguna mujer con la que casarme y tener un hijo para de esa manera volver a ser aceptado entre mis amigos.
La cantina en la que había cenado había quedado varias cuadras atrás cuando me topé con una hilera de mujeres entrando en una casa antigua. Me puse detrás de la última automáticamente, sin pensarlo.
Al entrar dos de ellas se voltearon y una le preguntó a la otra.

- ¿ Y este quién es?-

- El primo Marto- contestó con la certeza inapelable de los libros de historia. Yo asentí con la cabeza.

Entrando al hall tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no mirarme en el espejo del recibidor, por miedo a ver en él a otra persona que no fuera el primo Marto. La llave giró a mis espaldas mientras retardaba el quitarme la campera, siguiendo a cierta distancia a las dos mujeres que se sumergieron en una cortina de paño verde olivo.
Detrás de la cortina se descubrió una enorme sala de unos veinte metros cuadrados repleta de invitados. Nadie me notó.
A primera vista supe que la fiesta estaba dividida en al menos cuatro grupos separados. Los fumadores cercanos a la puerta del patio, las parejas despatarradas en los cómodos sillones del chill out, una gran mayoría bailando en el centro de la pista y los bebedores a la izquierda junto a una larga mesa repleta de botellas de vino y tres choperas de cerveza alemana.
Perderse en la pista hubiera sido lo más sencillo, pero no he sido favorecido por el don de la danza, me corrí hacia la izquierda y comencé a tomar cerveza.
Dos hombres de mi edad, reían acaloradamente por los resultados de un partido de tenis, mientras que otro, claramente alcoholizado, les hacía señas obscenas con la corbata. Los esquivé camino a una copa de vino y quedé frente a una pareja que discutía sobre su vida sexual, ella le recriminaba el ser un eyaculador precoz, mientras que él le decía algo así como que el problema era que ella le gustaba mucho. Impresionado empujé el vino hasta el fondo de la garganta, bajó raspando.
Tenía pensado permanecer en la fiesta y hacerme de alguna señorita, pero mi permanencia en la misma solo era viable si lograba evitar al, o los, dueños de casa. Debía averiguar quienes eran. Alcé la vista y creí encontrar la respuesta donde un tumulto de gente saltaba al ritmo de una canción monótona, copa en mano pasé lateralmente entre ellos. Algunos canturreaban un feliz cumpleaños en el que se nombraba a una tal Nikki. Los vestidos se inflaban, había hermosas piernas.
Después de varios empujones de caderas bailando llegué hasta el sector de los sillones, quedé de espalda a ellos, mirando hacia la pista, pero intentando oírlos.
Una joven hablaba de lingüística general y se notaba que se sentía muy intrépida al hacerlo y si bien era muy tonta algunos hombres acotaban con admiración, pero su admiración se notaba, hasta sin verlos, era de deseo. Me dije: esta mujer tiene que ser digna de verse, giré sobre mi mismo, mareándome un poco, pero pude reconocerla, era realmente bella, llevaba puesto un vestido negro muy corto, unas piernas encantadoras que cruzaba y descruzaba según de que lado viniera la voz que la consintiera.
Me miró y me sentí al descubierto, podía ser la dueña de casa. Baje la vista y encaré hacia la puerta del patio, saqué un cigarrillo y me puse a fumar, alguien me pidió fuego, le pasé el encendedor sin mirarlo ni contestarle.
El fresco del patio me hizo cosquillas en las piernas inmediatamente me di cuenta que me estaba meando, tenía que buscar un baño de manera urgente.
Atravesé la fiesta otra vez, crucé la cortina verde olivo y doble a la derecha.

- Todas estas fiestas tienen un muerto, la diferencia es que esta vez nos toca limpiarlo a nosotros, ¿ entendés Lobito?- Un hombre le decía a otro cacheteándolo en el pasillo, la puerta del baño estaba abierta, la luz encendida. Al notar mi presencia ambos entraron cerrando con llave.
La palabra muerto, me sacudió, quizás me quitó un poco la borrachera, pero no la necesidad de encontrar otro baño.
Entré en una habitación, era un escritorio, luego en otra, una despensa, más allá había una cocina con personal uniformado que preparaba copas y sanguches en silencio, ninguno me notó.
En el piso de arriba solo me encontré con una puerta cerrada, pensé seriamente en descargarlo todo ahí mismo, pero ¿ y si alguien me descubría?, ¿si alguien notaba que me había colado en la fiesta?.
Al bajar la escalera un pensamiento me decantó de golpe: yo era el único que no pertenecía a la fiesta, en la fiesta habían matado a alguien, por ende era el único a quien culpar de un asesinato, el único sospechoso, el que vino de afuera, el extranjero, pero ¿ era el único?, tampoco lo sabía.
Tenía que irme sin ser notado, sin ser recordado. Traté de abrir la puerta de calle, pero no pude. Una puntada eléctrica me retorcía , me asomé por la cortina, la fiesta estaba en piloto automático, luego me asomé al pasillo y por el vidrio esmerilado de la puerta del baño se distinguían movimientos bruscos.
Volví al escritorio buscando un tacho de basura donde descargar. Nada. Traté de abrir un armario, después de forzarlo lo logré, pero me quedé con la puerta en la mano, la dejé por ahí. Estaba repleto de cajas, ¿ y si abría una y orinaba dentro?. No, para eso sería mejor hacerlo directamente en un rincón, contra la pared.
Me estaba bajando los pantalones cuando un ruido detrás mío me asustó. Salí al pasillo no había nadie, en el baño seguían los ruidos, me metí en la despensa, ni tacho, ni balde, ni nada. Descorrí la cortina y levanté lentamente la persiana, se veía la calle a través de una reja gruesa. Si tan solo lograba abrirla, podría orinar contra la reja hacia afuera y después más tranquilamente, esperar a que alguien se retirara de la fiesta para salir detrás de él de la misma manera en la que había entrado.
El vidrio no cedía, estaba totalmente trabado. Otra vez un ruido a mis espadas me detuvo, me pareció ver la sombra de alguien perdiéndose en el pasillo como si me hubiera estado observando hacer fuerza con la ventana, meándome encima.
Salí a la fiesta otra vez, decidido a irme, estaba a punto de desbordar. Atravesé la pista, alguien me retuvo, un flash se descargó sobre mi, sentí como su mano resbalaba por mi brazo. Fui hasta la puerta del patio, no había nadie en ese sector, miré hacia afuera y vi la medianera, tenía que saltarla.
Disimuladamente me apoyé en la llave de luz, pero encendí el motor de la pileta, toqué otra llave y apagué la luz, amagué a sacar otro cigarrillo para fumar, miré hacia los lados por encima del encendedor, nadie me miraba.
Salí corriendo recto hasta la medianera, pegué un salto desesperado y mientras me iba izando feliz en la sima de la pared, sentí todo el calor del meo recorriendo el pantalón, la pierna y el tobillo derecho.
Corrí más de diez cuadras antes de darme cuenta que me habían fotografiado, tenía que volver a la fiesta

No hay comentarios: