- Está bien. Llevalo, pero tené mucho cuidado-
me dijo mi padre buscando los documentos del auto en su billetera.
Tenía
ganas de abrazarlo, de dar saltos, de arrodillarme a sus pies a festejar, sin
embargo esperé serenamente a que me diera todo, dejé que me pichara con sus
indicaciones, algunas humillantes como: prendé las luces, no dejes las luces
prendidas cuando bajes, fijate en dónde lo dejas estacionado que no te lo lleve
la grúa.
Pero
yo estaba feliz no solo porque era la primera vez que me prestaban el auto de
noche sino porque lo había pedido para salir con Elizabeth Plotnik.
Elizabeth
era fresca, bella, judía e inteligente, pero sobre todas las cosas algo con lo que
potenciaba todo lo de más: tenía los pechos más grandes que había visto en mi
vida.
Me
había llevado cinco mes hacerme su amigo y casi dos cuatrimestres para que
aceptara salir a cenar solos, lejos de cualquier excusa facultativa.
Me
vestí y perfumé como el evento lo ameritaba y estaba tan ansioso por verla que
llegué a su casa media hora antes y tuve que estar dando vueltas por su barrio
hasta que se hiciera la hora pautada.
Le
toqué el timbre en punto, pero ella demoró unos veinte minutos en bajar, estaba
un poco seria, bellísima, enfundada en un vestido corto rayado.
Cuando
se sentó en el asiento del acompañante y se colocó el cinturón de seguridad tuve
la impresión de que los botones superiores del vestido iban reventar y sacarme
un ojo. Le hice un comentario gracioso sobre un profesor de Sociedad y Estado,
su risa resonó. A partir de allí la charla fluyó hasta el restaurant.
Estacioné
casi en la esquina mitad en cordón amarillo mitad no. La cuadra estaba repleta
y no quería hacerla caminar, había llovido durante todo el día y si bien ya no,
mi sexto sentido me decía que al salir volvería a llover, un trapito me hizo
señas de que todo estaba bien, le di diez pesos y me dijo que se quedaba toda
la noche.
Entramos
tranquilos, tanto que hasta me animé a
poner mi mano en su hombro.
Mientras
Elizabeth iba al baño después de terminar la cena, posiblemente a cagar por el
tiempo que se tardó, aproveché para pedir la cuenta y de una manera galante
sorprenderla a su vuelta. Ella había elegido el lugar y había sido una pésima
elección, caro y malo.
- ¡Bien el lugar! – Le dije mientras
volvía a sentarse.
Me
di cuenta de inmediato que los dos botones superiores del vestido no habían
podido soportar más la presión ofrecida por sus pechos y habían desparecido.
Con
su mano en mi brazo me contó muy tentada sobre un graffiti que había leído en
el baño. Yo no quise ser menos y tomándola también del brazo y le empecé a
contar uno de esos chites clásicos de
¡mamá mamá!. Ella me miraba riéndose antes de que yo arrancase, presuponiendo
que iba a ser mucho más gracioso que el de ella y de hecho el de ella no era
nada comparado con lo que yo iba a contarle .
- ¡Mamá mamá! ¿por que festejamos la Navidad
en Agosto?- Sus ojos ya lagrimeaban de la risa, la respiración le inflaba el
pecho. Desbordaba.
- Porque con el cáncer de mierda que
tenés no llegamos ni a octubre- Yo no podía parar de reír
- Mi abuela murió de cáncer a principios
de año - Su cara se había transformado y lo que unos segundos antes era una
fiesta se volvió un silencio incómodo.
La
sangre comenzó a correr por mis mejillas. No tenía manera de pedir perdón.
Salimos
del Restaurant y ni notó que había pagado la cuenta. A lo poco de andar empecé
a desesperarme porque no veía el auto, una camioneta ganaba la esquina en la
que lo había dejado, del trapito ni noticias aceleré el paso hasta la esquina y
detrás de la 4x4 estaba asomado tímido el Peugeot de mi viejo. Elizabeth empezó a reír.
- ¡ Te pusiste blanco!. Los dos reímos,
me abrazó fuerte pude sentirla sobre mi, me besó entre la mandíbula y el cuello.
Encaré
para el río haciéndome el que buscaba un bar por esa zona oscura donde van las
parejitas a besarse y a tener sexo. Apagué las luces para no molestar a los
demás y noté que los autos estaban muy pegados a los bordes de la vereda.
Me
dije: ¡ Qué tontos son todos! Nadie va por el medio a la parte más linda donde
se ve el río.- Pero como ya dije había llovido durante todo el día y el camino
de tierra se había vuelto un pantano, cosa que no pude apreciar con las luces
apagadas.
No
deslizamos un poco de lado antes de detenernos. Mientras más aceleraba más nos enterrábamos.
En
todo momento yo quería transmitirle
seguridad, sin perder de vista sus piernas, pero estaba muy preocupado.
Cuando
me bajé para contemplar la situación me hundí hasta casi las rodillas, al dar
el primer paso perdí una zapatilla. Contemplé el auto desde atrás y no podía
creerlo. Las ruedas traseras ni se veían. El barro llegaba al paragolpes.
- ¿Y está muy mal?- pregunto asomándose
por la ventana.
- Masomenos – Mi noche se había hundido
con el auto. Al intentar volver a asiento
me
patiné dos veces cayendo de espalda sobre el barro. Una luna deforme se asomaba
por el escote de dos nueves negras. Empezaba a llover.